Cientos son los ejemplos que pueblan la literatura, el cine y la filosofía sobre la posibilidad de viajar en el tiempo. Algunos de ellos más coherentes y consistentes que otros. Pero, realmente, ¿es posible viajar en el tiempo? Actualmente, no cabe duda de que el viaje en el tiempo es tanto una posibilidad lógica como física.
Aunque no existen evidencias experimentales del viaje en el tiempo, existen importantes razones teóricas[1] para considerarlo absolutamente posible.
Si bien no cuestionaré la posibilidad de viajar en el tiempo, sí voy a centrar mi atención en los argumentos utilizados por David Lewis en su artículo Las paradojas del viaje en el tiempo[2], con el firme propósito de mostrar incoherencias que hacen, a mi parecer, la argumentación de Lewis inconsistente. Para ello me ayudaré de ideas, situaciones y recursos utilizados en diversas obras consideradas de ciencia ficción.
Lo primero que voy a hacer es establecer unas bases sobre las que asentar mis razonamientos. Para ello, al igual que Lewis, voy a basar mis argumentos en una concepción determinada del espacio y del tiempo: concepción tetradimensional.
Hay que señalar que esta concepción está muy presente en el perdurantismo[3]. En la mecánica clásica se consideraba el tiempo como una magnitud absoluta, aquélla cuya medida es idéntica para todos los observadores; mientras que en la mecánica relativista, el tiempo es relativo, es decir, que la medida del transcurso del tiempo depende del sistema de referencia donde esté situado el observador y de su estado de movimiento.
Además de esta sutil pero enorme diferencia, el Tiempo ha pasado de ser considerado independiente del espacio a formar parte de un todo, un universo tetradimensional, conocido como teoría espacio-tiempo, donde se combina el espacio y el tiempo en un único continuo. Estos dos conceptos, espacio y tiempo, se relacionan entre sí y deben considerarse como inseparables. El tetradimensionalismo considera el tiempo como una línea (unidimensional, una sola dimensión temporal), necesariamente vinculada a las tres dimensiones espaciales.
De esta manera, el tiempo parte del pasado y viaja de forma unidireccional hacia el futuro. El momento en el que nos encontramos es el presente, sin embargo, el presente es efímero. Pues, cuando tratamos de reflexionar o analizar un momento cualquiera del presente, éste ya no está presente, se ha transformado en pasado. Por tanto, según esta visión, el presente es un continuo pasado en el que el tiempo está determinado por el cambio. Si no hubiera cambio alguno no podríamos hablar propiamente de tiempo.
Para esclarecer mejor esta posición imaginemos un ser inmutable e inmortal situado en un universo donde no existe nada salvo él mismo, en una situación como ésta, no habría forma alguna de percibir el tiempo y, más aún, no tendría sentido tener una noción de tiempo. El único tiempo posible, en este contexto, sería una continua eternidad. Además debo indicar que el pasado está formado por los hechos ocurridos y el futuro por hechos que han de tener lugar, sino hubiera una discontinuidad en los hechos del mundo, no podríamos hablar de cambio, y por ende, de tiempo.